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domingo, 30 de diciembre de 2012

GALATEA DE LAS ESFERAS


Rubén Castillo vuelve a demostrar que es un especialista en diseccionar los rincones del alma humana, con un lenguaje y unas imágenes tan envidiables como brillantes.


Como un titán desterrado

            Tal vez sea un poco pretencioso pretender resumir una vida en tres noches febriles ante un ordenador, pero si quien se lo propone es Rubén Castillo, todo puede convertirse en posible, puesto que estamos ante uno de los escritores que mejor disecciona los rincones del alma humana, uno de los más brillantes a la hora de concederle la voz narrativa a un personaje y hacerse a un lado para que su criatura vuelque ante los ojos de los lectores sus anhelos y miserias.

            Enrique Saorín no es un hombre bueno, ni tampoco un engendro del mal, es un ser atormentado por los pliegues que la existencia le ha cosido en la conciencia: un padre que lo ignoró, una madre que acaso nunca le quiso, unos congéneres que le despreciaron como rinocerontes sin ceguera, un amor esquivo y un destino marcado por coincidencias arrasadoras que le llevan a encerrarse durante un fin de semana en el instituto en el que trabaja como conserje.

            En toda la trayectoria narrativa de Rubén Castillo, y trece libros atestiguan su largueza y experiencia, no ha existido jamás un solo personaje plano, y ésta no iba a ser una excepción. Si hay algún rasgo que caracteriza a este autor, amén de la brillantez lingüística y unas metáforas por las que asesinaría más de un reputado poeta, es la complejidad con la que arma a sus protagonistas, los poliedros humanos que crea y la total ausencia de maniqueísmos. Enrique Saorín escucha la japonesa música de Kitaro, mira a sus peces de colores, y ha cifrado su vida, y la búsqueda de la perfección sentimental, en un lienzo de Dalí que reúne tantos sueños como desasosiego. Así se presenta, sumando todo el equipaje que ha tenido que echarse a la espalda, y que permite que su padre literario se explaye en fabulosos y variados registros narrativos y léxicos.

            Los juicios, en las novelas de Rubén Castillo, quedan siempre para el lector, como los asteroides narrativos del universo superior que presenta; este autor conoce los entresijos de la educación (es docente, y eso no puede olvidarse), la brutalidad de los adolescentes, las metas de los universitarios, los dobles filos de las habladurías, la desesperanza de los amores perdidos y los sueños rotos, pero también la tenacidad necesaria para que un personaje, uno solo, sostenga una novela como un titán desterrado del Olimpo del éxito. No habrá un lector que pueda quedarse impertérrito ante esta novela, porque todos tenemos bien guardadas nuestras galateas en el corazón.


Galatea de las esferas. Rubén Castillo.
Editorial: Gollarín. Caravaca, 2012. 212 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 29/12/2012)

viernes, 28 de diciembre de 2012

PRESENTACIÓN DE ACABO DE MATAR A MI EDITOR

Yo creo que hay pocas formas mejores de empezar el año.


sábado, 22 de diciembre de 2012

SÓLO FUE UN POST - NOEMÍ TRUJILLO


            De la brevedad celérica de las reflexiones cibernéticas al verso reflexivo, tamizado por los sentimientos y la revisitación. Noemí Trujillo conforma este poemario con gotas de belleza, chaparrones de cotidianeidad y chorros de corazonadas, días vividos, suspiros, cuadros, cines, experiencias compartidas, hijos y parejas, meses y años que se esconden tras los rincones, diminutos momentos de felicidad... Un gran sensibilidad puesta al servicio de la poesía y al mismo tiempo una muy buena forma de inaugurar el nuevo proyecto de la editorial Playa de Ákaba.

Sólo fue un post. Noemí Trujillo.
Editorial: Playa de Ákaba. Madrid 2012. 92 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 21/12/2012)

sábado, 8 de diciembre de 2012

LA MARCA DEL MERIDIANO - LORENZO SILVA


El puente de Greenwich

            La trayectoria de Rubén Bevilacqua está, para quienes frecuentan el género policial, más que asentada, tal y como ha quedado demostrado en las seis entregas creadas por Lorenzo Silva a lo largo de estos años, y el hecho de que ahora su último caso haya recibido el Premio Planeta no va a hacer sino darle por fin la difusión que en verdad merecen los personajes de las buenas novelas, por lo que todos deberíamos felicitarnos. Eso sin olvidar que es una figura señera de la literatura negra en el continente europeo, capaz de competir sin arrugarse con primeros espadas policiales como Montalbano, Wallander, Brunetti, Adamsberg o Jaritos, por citar sólo algunos.

            Y es que esta historia que transcurre a caballo entre Barcelona y Madrid ha supuesto en muchos aspectos la sublimación de la escritura de su autor, porque ha sido capaz de nacer y desarrollarse al amparo de cuatro aspectos que son fundamentales para el avatar diario de Bevilacqua, mejor dicho, tres que son necesarios para el brigada: lo personal, lo sociológico y lo criminal, y uno que resulta fundamental para Lorenzo Silva: lo literario.

Lo personal, lo sociológico y lo criminal

            En el ámbito personal, Vila ya ha asumido lo cruel que puede llegar a ser el tiempo, y eso le hace mirar con cierta nostalgia a los que considera sus sucesores: Chamorro y el joven Arnau; el viejo caimán procura no sorprenderse ante las sorpresas que le dispara el destino, como la muerte de Robles, compañero suyo antaño, y trata de sobrevivir a la espada damocliana del retiro, a la irrupción de jóvenes turbadoras, e incluso al recuerdo de los años que vivió en Barcelona, y a los fantasmas previos a su divorcio, sin dejar que se aleje de él el hijo al que ahora ya ha recuperado como adulto. Uno a cero.

            Pero la vida personal no es un islote, pertenece a una sociedad en la que cuesta un poco encajar, y cuyas costumbres a veces sobrepasan al brigada; las manzanas podridas en el cuerpo (la empresa, como ellos llaman a la Guardia Civil) son un espejo de otra manzana mucho mayor, con forma de piel de toro, que se agusana progresivamente y que no se ha podrido del todo porque aún queda gente de a pie dispuesta a pelear por ella. En cierto momento, Vila puede hasta admitir que roben los políticos, tal vez esté en su naturaleza, como le ocurría al escorpión de la fábula, pero se asusta si son las fuerzas del orden las que roban, porque parece que con esos actos se diluyen las últimas esperanzas. Empate a uno.

            No obstante, la profesionalidad de Bevilacqua y Chamorro, la misma que Lorenzo Silva se ha empeñado siempre en conocer de primerísima mano, es un asidero para no dejarse hundir en la tempestad que desata el inminente caos social. La fidelidad a las ordenanzas no les impide manejarse con la sabiduría que otorga la experiencia, y Rubén es capaz de coordinar varias pistas del circo de una investigación en la que parece que van siempre por detrás de quien maneja los hilos, y lo hará sin que ninguno de los egos participantes resulte herido, ni el de los Mossos d’Esquadra, ni el de la Guardia Civil, y mucho menos el de los zorros de Asuntos Internos. Hay que saber nadar muy bien entre jurisdicciones, tender puentes en vez de quebrarlos, y aunque a Chamorro le toque recoger el testigo de la opinión que a muchos españoles les ha provocado la fiebre independentista de Artur Mas, Lorenzo Silva, por boca de su hijo literario, aboga por la labor de estrechar lazos y no de romperlos, y defiende que la única frontera que debería existir entre las dos ciudades, entre ambos países, es el imaginario puente del meridiano de Greenwich. Dos a uno.
 
Brillantez literaria

            Queda entonces lo más profesional, mejor dicho, el plano artístico, el valor literario de esta novela, y no se trata, porque no se puede a estas alturas, de descubrir a un autor como Lorenzo Silva, pero sí es justo reconocer la brillantez de unas metáforas que crecen lozanas hasta llegar a la alegoría, y con las que él parece disfrutar sobremanera, como tampoco podemos dejar de señalar cierto culteranismo sintáctico en algunos párrafos, que se solapan con la naturalidad de unos diálogos en los que entra la jerga benemérita con la misma suavidad que un cuchillo en la manteca. Goleada.

            “Ningún hombre que se muera sin haber llorado alguna vez frente al mar puede decir que ha vivido”, confiesa Bevilacqua tras haber llorado ante Chamorro frente al Mediterráneo, (sólo ante ella podría abrirse así tras los años compartidos), y ésta es una buena muestra de que en estas páginas hay una historia trepidante, una profundidad psicológica de altura y mucha calidad literaria. Quienes se asusten porque una novela negra gane el Premio Planeta, amén de olvidar al gran Vázquez Montalbán, deberían felicitarse porque lo haya ganado, sin más, una novela muy buena, que no es poco.


La marca del meridiano. Lorenzo Silva.
Editorial: Planeta. Barcelona, 2012. 399 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 8/12/2012)

A LAS ÓRDENES DEL VIENTO. ANTOLOGÍA - RAQUEL LANSEROS


            Raquel Lanseros ha recopilado gran parte de la poesía que ha dado a la imprenta en los últimos siete años, y lo hace en una antología regida por el ideario poético al que nos tenía acostumbrados: el aprendizaje de lo cotidiano, los sentimientos a flor de piel y una sensibilidad capaz de hermanarse con los versos, a ratos para jugar con ellos, a ratos para bañarse en su nostalgia, pero siempre refugiándose en la autenticidad, la valentía y el amor por el género con los que encara cada poema.



A las órdenes del viento. Antología. Raquel Lanseros.
Editorial: Valparaíso. Granada 2012. 92 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 8/12/2012)

BETIBÚ - CLAUDIA PIÑERO


     Empleando en su narración un riguroso y potentísimo presente, Claudia Piñeiro entrega una historia de crímenes justicieros que han sobrevivido al tiempo, y que unirá, en su investigación, a tres periodistas muy diferentes pero con el mismo extravío vital. Nurit Iscar, la protagonista, no podría enfrentarse sola a una cadena de muertes de cuya resolución las fuerzas del orden parecen muy alejadas, como si no pudieran hacerle sombra a una buena indagación periodística. El viejo zorro Jaime Brena, y el innombrado pibe de Policiales cierran un trío narrativo de grandes posibilidades.

Betibú. Claudia Piñeiro.
Editorial: Alfaguara. Madrid 2012. 354 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 1/12/2012)

AL OESTE DEL SANCTI SPÍRITUS


Rezumando metal

            Dicen algunas voces que Dionisio Martínez ha trazado esta novela con tintes faulknerianos, y puede que tengan razón, pero adaptándolos a la idiosincrasia española y a la que predomina en La Unión y su Sierra Minera. Esta historia es mucho más que una herencia, tiene latido propio desde el mal y los odios hasta la última de sus reyertas, pero también tiene el compromiso y la fidelidad de Espinosa parta impedir que el tiempo entierre su memoria.

            Acaso sea una de las primeras veces, salvando al gran Asensio Sáez, en las que las estribaciones mineras de La Unión se transmutan en un universo narrativo poderoso, árido y salvaje, y para ello había que recurrir al siglo XIX, cuando una veta cambiaba de manos con suma rapidez en cuanto su propietario se alejaba de ella, aunque fuera para registrarla como suya. Entonces la vida se depreciaba, los rencores escapaban de las pieles y las órdenes del General eran misas latinas ante las que nadie osaba rebelarse.

            El aire serrano se vuelve asfixiante, los burdeles están llenos de trampas, bajo las camas de La Manca puede aguardar una navaja infiel, una escopeta adúltera que reordene el caos universal a su antojo. Ante tamaños desmanes, un niño no puede hacer otra cosa que huir, refugiarse en el norte de África y alimentar los deseos de venganza durante años.

            Porque ni las canas pueden tapar el ansia de justicia, sólo un cuerpo de mujer tal vez sea capaz de atemperarlo, pero antes el metal debe rezumar sangre por los poros de la tierra explotada por ingleses, oportunistas y militares, por los montes agrestes a los que había que arrancarles sus corazones a golpe de barreno. Y barrenazos son los que propina Dionisio Martínez con una escritura escueta y dura, como la propia tierra, y en la que caben muy pocos rincones para la ternura.


Al oeste del Sancti Spíritus. Dionisio Martínez.
Editorial: Huerga y Fierro. Madrid, 2012. 248 páginas.
(LA VERDAD, ABABOL, 1/12/2012)