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domingo, 9 de enero de 2011

LA LINTERNA MÁGICA - 1984



1984

George Orwell lo creó para la literatura, y John Hurt y Richard Burton lo recrearon magníficamente en la pantalla. Me refiero al Gran Hermano, pero al original, al inquietante de verdad, al que lo controlaba todo y era capaz de tiranizar a la población aplicándoles los castigos más dolorosos, aquellos que incidían en las propias fobias de cada uno. Esa figura, hay que ver lo que son las cosas y los tiempos, ahora parece que ha cambiado de sexo, ha nacido la Gran Hermana encarnada por Leire Pajín y su afán de que los españolitos de a pie nos vayamos denunciando unos a otros en caso de humos varios.


En lugar de avanzar, retrocedemos, porque ese “Denuncie usted”, a poco que nos descuidemos, nos puede llevar otra vez a los años oscuros de la guerra y la posguerra, cuando tantas cuentas se ajustaron sin que mediaran precisamente causas ideológicas. Detrás de esos batallones inquisitoriales que tanto gustarían a esta ministra (pónganle cuero y una gorra de plato y temblaremos todos, o quizá haya algún masoquista que disfrute) se difumina, y nunca mejor dicho, la brutalidad de una ley que ha convertido a los fumadores en seres malditos, apestados y marginales, sin ocuparse de sus derechos, que también los tienen.



Lo siento mucho, porque sé que el derecho a la salud es importante, pero también lo es la libertad de elegir. No creo que haya un solo fumador que ignore que lo que hace le puede traer nefastas consecuencias, pero o se financian los tratamientos y las ayudas, o se deja de vender tabaco (calculemos todos el dineral que perdería el estado, si podemos), o se respetan lugares privados para que quien quiera ahumarse pueda hacerlo libremente y sin molestar a los demás. Derecho a la libertad, sí, pero para todos, y todos no son sólo los que quiera esta ministra, que no ha estudiado Medicina sino que es socióloga, y tal vez por ello se haya lanzado después a enfrentarse con las discriminaciones laborales por razones de opción sexual o aspecto, sin mencionar, eso sí, la discriminación laboral por incompetencia manifiesta, quién sabe por qué la habrá obviado.


Uno, que ha sido fumador y ahora no lo es, no comparte ni un ápice de esta ley dictatorial, o si no, empecemos por meter en ese saco de persecuciones otros comportamientos que también son nocivos para la salud. A saber: chicles que se pegan a los zapatos o la ropa y provocan síncopes y maldiciones varias; esputos de mayor o menor cremosidad que adornan las calles y martirizan mi sensibilidad estética; deyecciones caninas no recogidas por los dueños, con el consiguiente riesgo de resbalón y fractura de coxis o cadera; exceso de ingestas alcohólicas que llevan al vecino a gritar y zurrarse con su mujer impidiendo mi descanso y martirizando mis oídos; excesos de humos automovilísticos dañinos para los pulmones; exagerados volúmenes de las conversaciones telefónicas móviles que zahieren de nuevo mis tímpanos; atracones masivos de grasaza que llevan a la obesidad y al riesgo coronario de saturar hospitales; pero sobre todo, la imbecilidad manifiesta de los inútiles y los meapilas, meen de pie o sentadas, que amenazan mi equilibrio mental.


Ya lo decía el genial Luis Sánchez Polack, “Tip”, y es que los tontos me ponen muy nervioso, y España está cada vez más servidita de lerdos, y lerdas, no se me enfade la señora Pajín, que tal vez no se acuerde de cuando estudió el género neutro latino. Ganas me dan de volver a empuñar el cigarrillo, aunque sin encenderlo, sólo por molestar a los que vayan de iscariotes por la vida.


CRÍTICAS LITERARIAS - RUBÉN CASTILLO


BUEN ESTRENO

Escribir literatura para jóvenes es algo muy serio, máxime si ese paso lo da un escritor que habitualmente crea para adultos, porque hay algunos autores que se plantean ese cambio como una especie de divertimento y terminan por menospreciar al público infantil y juvenil. Por fortuna, ese no es el caso de Rubén Castillo, que se estrena en el mundillo juvenil con una novela muy bien armada, salpicada de misterios, y con una intriga que a buen seguro atrapará a todos los lectores.


La historia de Joaquín, durante los días que pasó lejos de sus padres, alojado en el campo con su tía Paloma, podría parecer a priori un manido recurso argumental, pero su autor la plantea con el mismo rigor con el que encara todas sus obras, con un lenguaje que en todo momento respeta tanto a su protagonista como a los lectores que disfrutarán con estas páginas. El desencanto del joven por tener que verse relegado a estar con su tía, en unos momentos en los que también se decide su futuro familiar, y la posible monotonía de esa estancia campestre, se ven rotos por la peculiaridad de una cueva en la que se suceden hechos inquietantes, y lo mejor de todo es que asistimos a esos hechos, dosificados con maestría, al mismo tiempo que lo hace el propio Joaquín.


Con independencia de los valores que esta novela transmitirá a los jóvenes, y de las espléndidas ilustraciones de Mar del Valle que la acompañan, resulta de lo más gratificante disfrutar de la buena mano de Rubén Castillo, porque ha sido capaz de emplearla con la misma habilidad que ya ha demostrado tanto en la novela como en el relato, e incluso en el ensayo, a lo largo de una trayectoria literaria que amplía ahora sus registros con la seguridad del trabajo bien hecho y del talento bien administrado.


‘La cueva de las profecías’. Rubén Castillo.

Editorial: Edimáter. Sevilla, 2010. 117 páginas.

(LA VERDAD, "ABABOL", 8/1/2011)