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viernes, 16 de julio de 2010

CRÍTICAS LITERARIAS - LEONARDO PADURA



Una vez que ha remitido el aluvión escandinavo de novelas negras que nos han helado las emociones, y en algunos casos el ánimo lector, porque era más el ruido que las nueces, conviene volver la vista a latitudes más australes, o más caribeñas, para encontrarse con una serie de novelas magníficas, protagonizadas por Mario Conde, hijo putativo, o más bien hermano de farras escritoras, de Leonardo Padura.


La última entrega de la esta serie, ‘La neblina del ayer’, ni siquiera es ya una novedad editorial, pero el verano es un momento magnífico no sólo para hacerse con ella, sino para hincarle el diente a toda la serie, una vez que la editorial Tusquets tuvo la feliz idea de reeditarla íntegra en nuestro país. Eso sí, aquellos lectores que esperen encontrarse folklore cubano, que lo olviden, al igual que tampoco encontrarán amargas quejas sobre bloqueos, dictaduras o dificultades de abastecimientos en la isla. Leonardo Padura no ignora ninguno de estos temas, habla de todos ellos siempre que su personaje se los encuentra de cara, pero los trata como la realidad de fondo, no como temas narrativos centrales, no en vano hablamos de novelas negras, donde lo vertebral siguen siendo los crímenes.


El Conde, como es conocido este investigador, no está solo, y el universo de amigos que jalonan sus páginas le hace más grande. Con él está el grupo de preuniversitarios de finales de los setenta que se unieron para siempre, y que siguen viviendo en la isla: el Conejo, Andrés, Miki Cara de Jeva, Tamara, Candito el Rojo, y sobre todo el Flaco Carlos, que ya no es flaco porque arrastra su obesidad en una silla de ruedas a la que le condenó una bala en la guerra de Angola, pero que ahora es el hermano del Conde, adoptado también por su madre, Josefina, auténtica maga de los fogones por encima de todas las precariedades.




La memoria de todos ellos salta en alguna de las novelas de la serie, empezando por el propio estreno, ‘Pasado perfecto’, y sacude la existencia y ánimo de Mario Conde cada dos por tres. En la jefatura hay también grandes fidelidades, al mayor Antonio Rangel y al sargento Manuel Palacios, tan gran conquistador como loco del volante, pero sólo hasta que el Conde, al finalizar la cuarta entrega, ‘Paisaje de otoño’, decide ser leal al mayor y abandonar el cuerpo cuando aquél es depuesto. Eso le sirve también para intentar recuperar el viejo sueño de ser escritor, sueño que alternará con labores de detective privado en las dos últimas novelas, porque ha de comer igualmente.


Un hombre que bautiza a su pez Rufino como homenaje a su abuelo, un hombre que cataloga las pestañas de una mujer como carnívoras, capaces de devorarle entero en uno de sus aleteos, sin duda merece que leamos sus andanzas. Leonardo Padura tiene la mitad de la culpa, pero Mario Conde pone lo suyo con frases lapidarias, como aquella con la que se defiende cuando le llaman ex policía: “…ni policía, ni hijo de puta, ni maricón, ni asesino tienen el privilegio del ex”. Tan contundente como sus páginas, quien se acerque a ellas no se arrepentirá.


‘Pasado perfecto’. 240 págs.

‘Vientos de cuaresma’, 232 págs.

‘Máscaras’, 240 págs.

‘Paisaje de otoño’, 264 págs.

‘Adiós, Hemingway’, 200 págs.

‘La neblina del ayer’, 360 págs.

Autor: Leonardo Padura

Editorial: Tusquets





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