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domingo, 27 de diciembre de 2009

LA LINTERNA MÁGICA - EL EXORCISTA



EL EXORCISTA

Algo huele a podrido en la Italia de este final de año, dos de las más altas instituciones transalpinas han sido impunemente atacadas, primero el labio botóxico de Silvio Berlusconi (no sé quién podría tener motivo alguno de queja contra este prohombre) fue destrozado por una réplica de la catedral milanesa, y ahora Benedicto XVI ha sido derribado por el exceso de afabilidad de Sussana Maiolo, que a la segunda intentona ha conseguido burlar el ya de por sí endeble servicio de seguridad vaticano.



Ya sólo falta que algún dietista iluminado elimine la pasta de los menús o que atenten también contra el “calcio”, el tercer pilar italiano, y el final de nuestra civilización estará cada vez más cercano. Lo más curioso es que los responsables de la seguridad, en ambos casos, han quedado en entredicho, por mucho que el portavoz papal, Federico Lombardi, se excusara argumentando que no se puede blindar al pontífice. Hombre, blindarlo no creo, pero aprender de los errores sí, sobre todo cuando justo un año antes, la exaltada Sussana ya lo había intentado en las mismas circunstancias. Si es que no se puede pretender que esa guardia suiza, con esas pintas de modelos de Ágata Ruiz de la Prada, cumpla como debe ser, no les veo yo intimidando a ningún atacante salvo el día de cierto orgullo con cabalgata.


Igual la pobre Sussana estaba descontenta porque el insigne Ratzinger 16 (si tenemos un CR9, a ver por qué no podemos tener un JR16) decidió, por su cuenta y riesgo, que este año la Misa del Gallo fuera de las gallinas, por la hora, vamos, ya que la adelantó desde la medianoche a las diez. Que necesitaba descansar, dijo, pues un poco más y la suiza que le cayó encima le regala el descanso eterno. Yo creía que eso de la infalibilidad papal ya había sido superado, pero parece ser que no, el caso es que tampoco recuerdo que cierto señor polaco, que estuvo unos pocos años en San Pedro, protestara por una misa nocturna o un vía crucis, ni cuando estaba muy enfermo, pero bueno, no soy yo nadie para opinar de estas cuestiones sagradas, que doctores habrá en Roma.



Como sigan así, van a necesitar a más de un padre Karras, y eso que la niña de la película tenía casi más parecido con Il Cavaliere Silvio que con la pobre Sussana, que dicen tiene ya unos cuantos desequilibrios mentales a cuestas. Deberían aprender nuestros vecinos italianos, y no será porque no tengan una amplia tradición en atentados o tiranicidios, que les pregunten si no a los descendientes de los césares o de los Borgia, más vale que cambien de expertos protectores, que parece que les hubieran dado clases de seguridad los escoltas de Kennedy o del propio Michael Jackson.



TRAMPANTOJOS


En una de las miles de rotondas que han florecido a las afueras de la ciudad, un galgo amaga con cruzar la carretera por un paso de cebra. Un galgo negro con la pechera blanca, o blanco con el lomo negro, lustroso, si es que la fibra enjuta de los galgos puede tener lustre. Me obliga a dar un frenazo pero retrocede con la misma elegancia con la que iniciara el cruce. Sus ojos opacos me miran cuando paso, tal vez debería haber detenido el coche y cederle el paso, aunque sólo fuera porque se movía con más delicadeza que muchos humanos, aunque sólo fuera para que no termine mezclando sus colores en una paleta de sangre y alquitrán.






sábado, 26 de diciembre de 2009

TRAMPANTOJOS




En todas las comidas o cenas de empresa que abundan en estos días, al igual que un sátiro potencial y algún súcubo que quiera hacer de las suyas, se alza la figura del incontinente verbal. Casi siempre a los postres, cuando ya ha dejado de contenerse con sus compañeros de mesa en aras de mantener cierto decoro comensal, comienza a pulular por el salón picoteando en asientos vacíos, a la busca de un oído incauto, da igual si atento o no, en el que volcar toda su inútil verborrea.


Y entonces no sirve de nada moverse, porque seguirá a su presa hasta la barra o incluso hasta el mismísimo baño, pero tampoco sirve de nada quedarse quieto, porque se abalanzará sobre el antebrazo, si ha logrado sentarse, o sobre el hombro si tiene que actuar de pie. Es irrelevante contestarle o no, asentir o no, buscar ayuda en otra persona o no, porque todos le reconocen y huyen despavoridos. No sé por qué extraña conjunción casi siempre estos especímenes me eligen como víctima para babosearme la oreja, acaso porque muestro una sutileza que ellos desconocen. Lo que me duele es pensar qué habré hecho o dicho para que crean que lo que me cuentan me interesa lo más mínimo.


jueves, 24 de diciembre de 2009

TRAMPANTOJOS



Paseo al perro en la luna nueva de Roche, hay una epidemia de aullidos lastimeros que brota de las casas más antiguas. Antaño los perros le aullaban a la muerte, hoy sólo a su cautiverio, miro al mío al otro extremo de la correa y no sé quién cautiva a quién, quién lleva a quién, qué dios ciego y caprichoso nos domina a los dos.


martes, 22 de diciembre de 2009

TRAMPANTOJOS



Tres jóvenes juegan al billar americano, él lleva una serpiente tatuada en el bíceps y la airea a pesar del invierno, ellas hablan, hablan, los tres ríen a carcajadas estruendosas cuando yerran el tiro y la bola blanca desaparece. Bocas abiertas y vacías rivalizando con el bostezo perpetuo de las troneras.

En la mesa de la izquierda un aspirante a viejo mira el vacío por entre los cañotes de una barba mal afeitada, los dedos juguetean con una copa de vino agrio. En la mesa de la derecha un patriarca alto como Polifemo tamborilea cantando una copla flamenca que nadie le ha pedido. Entre ambas, mi isla de cuatro patas, con mis tesoros al aire, un café, un libro, mi cuaderno y la pluma, y el mejor tesoro de todos: el tiempo.


De repente, uno y otro se hablan, a gritos, escupiendo participios mutilados y soeces, vomitando urracas que pasan sobre mi cabeza defecando los improperios del decoro. Miro a un lado, al otro, blandiendo mi libro abierto para que de él nazca un escudo protector, pero siguen gritando hasta que se cansan. Infame desperdicio de aire, palabras y aliento.


A la barra llega una mujer que no es una mujer, sino una arpía con cartilla del paro, en el pelo el remolino del sueño borracho de la siesta, en la cara chafarrinones de maquillaje prestado que hiere los ojos y hasta el olfato, en la voz la vulgaridad del aguardiente o el hachís, en el alma más años de los que merecería haber cumplido. Golpea a su viejo amante, también borracho, le recrimina que la llame y luego cuelgue, le castra con cada movimiento. Gritan los dos, nadie sabe hablar sin vocerío. Junto a ellos, un treintañero de trazas mongoloides cuelga su sonrisa babeante de sus hombros pero se escabulle para no ser también emasculado.


domingo, 13 de diciembre de 2009

CRÍTICAS LITERARIAS - JOSÉ SARAMAGO



El primer perdedor


Como si hubiera dejado algunas cuentas pendientes tras su Evangelio según Jesucristo, José Saramago entra ahora en el Antiguo Testamento con la justiciera fuerza del Dios de los hebreos, pero siempre con su ánimo fabulador y zumbón, con esa palabra precisa y ese verbo variadísimo que enviar a los ojos y los oídos de sus lectores, sabedor de que ésos son los dos sentidos primordiales a la hora de reconocer la buena literatura.


Caín, el primero de los perdedores, el primero de los antihéroes, despierta rápidamente las simpatías del narrador, lejos de la tibieza de sus progenitores y de la ñoñería del hermano perfecto. De esa simpatía se alimentará toda la novela, y Saramago la comparte con el lector al tiempo que le muestra a un Creador caprichoso y cruel, constantemente cuestionado por el propio Caín, en unos debates en los que el fratricida siempre sale triunfante, porque utiliza una dialéctica y una lógica siempre aplastantes.


Quienes busquen rigor histórico, textual o sacro, en estas páginas, deben buscarse otros títulos, Saramago sitúa a su Caín en diferentes momentos de la Historia Sagrada, y ahí radica otro de los méritos de la novela, en la facilidad con la que se justifica esa ubicuidad, asumida sin rechistar por todos los personajes que escoltan a Caín. El protagonista, por lo tanto, asiste al intento de sacrificio de Isaac, y detiene el brazo de Abraham ante la demora de los ángeles, también yace tórridamente con Lilith, participa en la caída de Jericó, contempla la destrucción de Sodoma y la ira de Moisés ante el sacrilegio del becerro de oro.


Y siempre acumula, con cada episodio de esta especie de “road movie” a lo divino, numerosas razones para cuestionar a un Dios al que no respeta ni siquiera cuando le mete de polizón en el arca de Noé. Da gloria leer a un Saramago provecto cuya mano literaria sigue rezumando casi el elixir de la eterna juventud.


‘Caín’. José Saramago.

Alfaguara. 189 páginas.